El caso de Fernando se nos impuso de manera desbordante en la agenda mediática de las últimas semanas. Por momentos perdiéndose de vista que es tarea exclusiva del Poder Judicial determinar las responsabilidades ante el hecho criminal. Como canalización de esas emociones que provoca un caso tan desbordante, muchos ciudadanos impulsan desde las redes sociales una condena social que pareciera arrogarse la potestad de “hacer justicia”. Pero si como sociedad vamos a “hacer justicia”, ¿serán los jueces, fiscales, abogados y funcionarios del Poder Judicial los responsables de prevenir la violencia? Sin lugar a dudas la respuesta es no. Pensarnos como sociedad desde el lugar de “hacedores de justicia”, nos apartamos de nuestras responsabilidades reales: Prevenir y contener a los jóvenes para evitar que estos episodios sucedan.
La muerte, y en especial una muerte violenta como esta, no tiene manera de repararse. El dolor que queda es apabullante. No obstante, Argentina en general y Santiago del Estero en particular han mostrado con los juicios por delitos de lesa humanidad y con el activismo de familiares de víctimas de muertes violentas, que la condena jurídica a los responsables puede restituir parte de la dignidad arrebatada por los actos criminales y sus perpetradores.
Pero casos como este, también nos obligan a pensar cómo es posible que estemos criando y formando jóvenes (y no tan jóvenes) que actúan sin respetar la vida. Si hacemos una reflexión sincera, todos encontraremos algún recuerdo que nos hable de episodios violentos en eventos públicos como fiestas, boliches, eventos deportivos, etc. La pregunta que se impone es: ¿cuál es el límite a la violencia? Pensar en los discursos de odio, puede ser una puerta de entrada para elaborar respuestas preventivas desde la sociedad.
El autor Francés Michael De Certau (1925-1986), nos mostró con sus trabajos que los caminos en la vida se generan primero con palabras y luego con acciones. Primero los imaginamos, los pensamos, los charlamos con pares, familiares y colegas. Es en esa interacción que se van construyendo parámetros que nos dicen lo que está bien hacer y qué no.
Es este el punto que nos debería llamar a la reflexión y de nuevo ¿Cómo es posible que jóvenes (y no tan jóvenes) en nuestra sociedad, accionen violentamente sin respeto a la vida? Sin dudas, esto es posible por los procesos previos de estigmatización y negativización de un otro u otra. Antes de ejercer la violencia sobre otro, se deshumaniza: “Es un negro de mierda” no un igual a mí. En los trabajos de campo realizados actualmente por los equipos de investigación del Indes (Conicet-UNSE) se registraron datos que nos muestran que en nuestra provincia los discursos de odio hacia las personas en situaciones de vulnerabilidad también han aumentado.
Estos datos son preocupantes si tenemos en cuenta los marcos de referencia que empiezan a brindar los sectores en los cuales las sociedades se miran:
1) La política, el espacio que debería resolver con palabras las disputas de intereses, tiene a una vicepresidenta que luego de ser apuntada con un arma en la cabeza, debe tolerar a referentes políticos y sociales que se lamentan que la bala no haya salido. Desde los diferentes espacios políticos, los discursos de “Mano Dura” están en aumento, pero no queda claro cuál es esa población a la que aplicar esa violencia de la mano dura o cuales serían los “delitos” que ameritan esa violencia. La justicia así deja de ser pensada como reparadora y eso es un problema si lo que buscamos es la paz
2) los procesos económicos llevan a la violencia más extrema de construir clases sociales con obscena opulencia viviendo a metros de clases sociales que deben revolver en la basura para conseguir comida. El sostenimiento en el tiempo de esas situaciones genera poblaciones paralelas, casi estratificadas. Donde las personas viven reforzando las diferencias y no lo que tenemos en común como ciudadanos de la misma comunidad.
3) Niños que se crían en hogares donde las emociones violentas desbordan la socialización cotidiana es un factor a trabajar si lo que buscamos es que nuestros jóvenes crezcan sin reproducir actos violentos que pueden transformarse en hechos criminales.
Sin pensarnos como parte de la sociedad y como parte de los responsables de crear ambientes sanos para nuestros niños y jóvenes, es casi inevitable que sigamos presenciando la más cruda deshumanización de la violencia. Desde el simple hecho de medir nuestras palabras, hasta el deber de comprometernos colaborativa y solidariamente con nuestras comunidades, podemos ser parte de la prevención y la transformación de nuestro entorno.
En pocas palabras y para terminar esta pequeña reflexión, es responsabilidad de todos y todas cambiar esta realidad desde los diferentes escenarios en que nos toque vivir y vincularnos. Todos y todas quienes sienten que este crimen es una tragedia y que jamás debería haber sucedido, debemos comprometernos de prevenir que no sucedan otros casos como el de Báez Sosa.